Echar cinco duros con menos de cuarenta años: una defensa del retro sin nostalgia 

«Space Invaders» va camino de los cincuenta años. Dinamic ha cumplido cuarenta, y «Gradius», un matamarcianos definitorio del género, va a cumplirlos el año que viene. Muchos de los que estaréis leyendo esto recordaréis esos hitos como grandes títulos de vuestra infancia: el que os escribe esto, no.

Mi infancia no estuvo muy ligada a los salones recreativos: le he echado cinco duros a «Zed Blade», a «Metal Slug» y a «King of Dragons», pero mi recuerdo de estos lugares es de decadencia, pantallas quemadas, paneles donde solo funcionan dos botones, monedas de veinte céntimos y poquísima gente con la que compartir la experiencia de jugar arcades. De pequeño jugué mucho más en MAME a juegos que jamás vi en unos recres.

Mira esa musculatura.

Mi nostalgia se dirige sobre todo a la época de PlayStation 1 y de Game Cube. Esos sistemas fueron los que disfruté más tiempo siendo niño y que quedaron grabados a fuego en mi cerebro, pero no estamos en la web de «Defensores del Silicio» o de «Héroes del Cubo»; estamos en «Defensores de la Galaxia», el podcast de los matamarcianos. Me podría haber lanzado a repasar el catálogo completo de PlayStation, pero la nostalgia no es un motor tan potente como el interés genuino. Hablemos sobre esto.

Juegos que empeoran con los años

Hace unos años empecé a interesarme mucho por «lo retro». Cuando yo era pequeño mi hermano tenía un Amiga 500 que se volvió un 1200, y conocía de oídas y de ver emuladores lo que era el estándar MSX, pero palabras como «Amstrad» o «Spectrum» se mezclaban en mi cabeza. Tendría al menos veinte años cuando jugué por primera vez a «Jetpac» o «Barbarian». Tendría más de treinta cuando probé «Beamrider», «Wizards and Warriors X» o «Exolon». Menciono estos títulos en concreto porque no solo no los jugué de pequeño: es que no los había oído nombrar; y los menciono también porque son juegos buenos que merece la pena jugar hoy, aunque tenga uno la Playstation 5 en el mueble del salón. Mi interés por los juegos antiguos no proviene de haberlos jugado en mi infancia –ese es otro interés distinto–, sino por el planteamiento diferente de esos títulos frente a otros títulos actuales, mejores o peores, pero que no me interesan tanto: me lo paso mejor jugando a «R-Type» que a «Horizon: Zero Dawn», sin entrar a valorar ninguno de los dos juegos en particular. 

Este año, ya lo decía antes, se cumplen cuarenta años de la fundación de Dinamic. Los laudos están justificados, aunque hayan tenido también sus críticas, como cualquier otra empresa, pero no ha dejado de llamarme la atención que muchas de estas críticas eran respondidas de manera furibunda por los aficionados a la compañía. Esta defensa suele ir acompañada de un argumento que, a mi modo de ver, daña mucho la imagen de la afición retro y conforma una manera de disfrutarlo que caducará muy pronto: estos juegos sólo se disfrutan si se han jugado en su día, o, dicho de otro modo, «esto es solo para nostálgicos».

Cuando los gráficos no importaban, o algo así dicen.

No quiero negar, ni puedo, el poder de la nostalgia: es indudable, está ahí y lo vemos todos, pero no se puede excusar todo con ella. La nostalgia tiene poco recorrido por dos razones: interesa a quien puede tenerla, y en quien no está presente despertará algo de curiosidad, quizá, pero lo más normal es que no le preste atención. La segunda razón es que por la nostalgia estamos, a la vez, tapando los aciertos de los juegos clásicos y confundiéndolos con sus también numerosos defectos. Todos los juegos de Spectrum no son buenos, y defenderlos de manera cerrada porque cuando uno era niño los disfrutaba solo mezcla lo bueno con lo malo; lo que merece la pena con lo que se puede descartar; en definitiva, bloquea el acceso tranquilo y curioso a la gente que no pudo disfrutar en su momento de ciertos videojuegos. No sé si los títulos empeoran con los años; lo que tengo claro es que no mejoran, y defender a capa y espada lo que en su día era un desastre es una postura irracional.

Envejecer como el vino

El videojuego es un arte que evoluciona, como todos los demás: no pretendo descubrir ahora la rueda. Sin embargo, quizá por su juventud o por sus circunstancias de distribución tan particulares, ha habido un momento prolongado en el tiempo de desinterés y dificultad de acceso a los títulos más antiguos. Esto propició unas dinámicas, terminadas por fin, de asombro por todo lo nuevo que salía. Leyendo la prensa uno tenía la sensación de que los juegos de generaciones anteriores eran algo a olvidar, en vez de títulos interesantes que conservar o de los que aprender.

No puedo hacer aquí –no es el sitio– una cronología de la consideración de los juegos clásicos en la prensa, pero con la brocha gorda podemos decir que, hasta el triunfo masivo de los juegos indies modernos, el «retro» era visto con desinterés o como una afición –otra vez la nostalgia– para gente mayor. El videojuego es un arte muy raro si lo comparamos a la literatura o al cine: es impensable que un escritor de terror no haya leído a Lovecraft, o que un director de cine de ciencia ficción no haya visto Star Wars, pero nos parece lógico –o nos parecía– que los juegos modernos se alejen todo lo posible de los antiguos.

¿«Progear» o «Flight Simulator»?

En ese sentido, los juegos han envejecido igual que el vino. Unos, los clásicos más que clásicos, se convierten cada día que pasa en una botella excelente que se degusta en ocasiones señaladas. Otros se agrían como el vinagre y se nos hacen injugables, raros. Es un proceso natural, ocurre con los libros, las películas y la música, y ocurre con los videojuegos. Ya hemos hablado de por qué no merece la pena defender los juegos antiguos por mera nostalgia, pero entonces, ¿por qué merece la pena jugarlos?

Olvida el FOMO, busca buenas mecánicas

Ya sé, ya sé. Acaba de salir el nuevo juego de acción en tercera persona con cámara a la espalda que es buenísimo. O una historia interactiva con personajes que parecen salidos de una peli de Wes Anderson. Igual es un juegazo, o igual es un desastre. ¿Por qué no te echas un «Progear»? Los títulos no se van a ninguna parte, y los juegazos van a seguir siéndolo. El usuario medio sabe poco de la historia de los videojuegos: ¿por qué no echarle un vistazo a la producción de Toaplan o de Taito?

Hay miles de juegos antiguos muy buenos que puedes descubrir y, por norma general, a bajo precio. Las mecánicas son bastante divertidas, inmediatas y accesibles: el juego arcade medio solo tiene dos o tres botones y una palanca de movimiento. El primer crédito te durará dos minutos, pero si aprendes a hacerte una «no-hit», el chute de adrenalina no se puede comparar a lo que te ofrece el AAA medio actual, porque no tiene ni la mitad de densidad de juego.

Así es, acaba de pasarse el «Dodonpachi» con un crédito.

El FOMO te ata a jugar lo que otros quieren por miedo a quedarte fuera, pero es mejor forjar el criterio propio. Los juegos clásicos no solo son divertidos y no solo respetan más al jugador: también le dan perspectiva crítica. Saber de dónde viene lo que se juega ahora ayuda a entenderlo mucho mejor, y de paso, mejora el discurso alrededor de los videojuegos.

Italo Calvino decía que había que leer a los clásicos por un buen puñado de razones. Una de ellas era que el tiempo había hecho su labor de filtrado y nos había dejado lo mejor del pasado. Nosotros tenemos la ventaja de que el filtro está haciéndose poco a poco. Los esfuerzos de preservación mantienen casi todo, lo que permite que cada individuo separe el grano de la paja a su manera, se creen nichos de interés dedicados a estilos diferentes y, por tanto, tengamos una historia de los videojuegos que se va construyendo en común.

Así que ya sabes, a instalarse el MAME. Echar moneditas virtuales es un ahorro de dinero, a no ser que seas uno de esos coleccionistas. Ya hablaremos de eso en otro momento.

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